LA VUELTA DE DIOS1
Sería
un error hablar del retorno de Dios. Incluso del retorno de la religión. Nunca
se fueron. Lo que ha surgido, o resurgido, en la última década es una
radicalización de gran parte de las religiones, y un mayor intento de
penetración de lo religioso, radicalizado, en lo político y en lo social. Es un
reflejo de la crisis de la política, pero como dice Georges Corm, también de la
crisis de lo religioso, reflejo que se ha manifestado en ocasiones con
violencia de la mano del terrorismo yihadista. ¿Se mantendrán estas
tendencias en la próxima década? Es difícil asegurarlo. Hay señales que apuntan
en ese sentido, pero otras en el contrario.
Según
una encuesta Gallup de finales de 2008, la proporción media de los que en el
mundo dicen que la religión es importante en su vida cotidiana alcanza un 82%.
Hoy hay en el mundo más mujeres que llevan el velo islámico que hace 10 años.
Eso no parece reducirse. Y en otras religiones podemos ver también una mayor
presencia social de sus símbolos.
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Ese
estudio refleja que, en general, un alto grado de religiosidad se corresponde
con un bajo nivel de vida: ocho de los 11 países en los que casi todos sus
habitantes (98% o más) declaran que la religión es importante para ellos
pertenecen al África subsahariana y Asia. Egipto es el primero, con un 100%. La
más alta religiosidad se da en países musulmanes o con importantes poblaciones
mahometanas. Sensu contrario, muchas de las sociedades menos religiosas
(a pesar de que algunos tengan religión de Estado u oficial) pertenecen a
países ricos como Suecia, Dinamarca y Noruega. Esto podría llevar a pensar que
el aumento de la pobreza y de la desigualdad en el mundo favorecerá la
religiosidad en los países más castigados, con la posibilidad de crecientes
conflictos de carácter religioso. De ahí la necesidad de que el imprescindible
diálogo, la convivencia y el respeto de la diversidad cultural (la tolerancia
ya se ha quedado corta), por el que aboga la Alianza de Civilizaciones tanto en
su dimensión internacional como nacional, se tenga que ver acompañado de, al
menos, un avance decidido hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo
del Milenio para mediados de la próxima década.
Aunque
precedido de otras acciones, la manifestación del radicalismo religioso
violento, obra de una minoría con impacto global, llegó con los atentados de
septiembre de 2001, fruto de un terrorismo yihadista que puede haber
sido el punto culminante de la radicalidad de un cierto islam, minoritario, que
en España vivimos trágicamente el 11-M con los atentados de Madrid. Sin
embargo, con el 11-S, Bin Laden no logró su objetivo declarado de sublevar a
las poblaciones árabes, desde el radicalismo islamista que propugnaba, contra
sus regímenes autoritarios. Aunque el islamismo político, que es algo diferente
del yihadismo violento, sigue ahí y en algunos países no ha perdido
fuerza. Incluso se puede decir que ha avanzado. Irak era una dictadura laica;
ahora es una república islámica. Afganistán, también, y con un incierto futuro
a este respecto.
Algunos
conflictos han ganado en profundidad religiosa en esta década pasada,
complicando su solución. Así, la victoria de Hamás en las elecciones palestinas
de 2006 vino a ratificar algo que ya había empezado años antes y que siempre
intentó frenar Arafat: la creciente dimensión religiosa, islamista, en la causa
palestina. En Israel, el radicalismo religioso también ha ganado en influencia
política, gracias, en parte, al sistema electoral vigente, que ha dado a los
partidos religiosos un peso desproporcionado en la gobernabilidad del país. Y
en otros países, un sector de las iglesias cristianas ha relanzado campañas
contra el aborto con ocasión de la propuesta de servicio sanitario universal en
EE UU o de la nueva ley en España.
George
W. Bush ganó en 2000 y 2004 gracias a la movilización republicana del voto
fundamentalista cristiano en su país, algo en lo que se apoyó el movimiento
neoconservador que no es especialmente religioso, pero que sí ha sabido
utilizar la religiosidad en su política. Se puede decir que Obama ganó a pesar
de ese voto que quedó algo desmovilizado ante la opción McCain en los comicios
de 2008.
La
elección de Benedicto XVI en 2005 representó la de un Papa ideológicamente más
combativo y, frente a su predecesor, más partidario de una Iglesia católica más
firme en sus convicciones, aunque en el camino se achique. De nuevo, es difícil
predecir qué vendrá después.
Europa
sigue siendo básicamente una tierra laica, y, en general, de baja práctica
religiosa. No obstante, la primera década del siglo XXI ha terminado con el
voto de los suizos contra la construcción de minaretes en las mezquitas en su
país. Se puede decir que fue producto de un temor cultural, más que teológico,
aunque también reflejó el temor al islam; al islam que ha llegado de la mano de
la inmigración a otras partes de este Viejo Continente. No es sólo el peso de
la religión en la sociedad lo que diferencia a Europa de Estados Unidos, es
también la actitud hacia otras religiones y hacia la inmigración. El voto suizo
ha dañado la imagen de toda Europa, de una Europa que se fundó, tras violentos
conflictos, en la tolerancia religiosa, y ha de dar pasos hacia la convivencia.
En todo caso, puede ser que regrese la
religión radicalizada. Pero también regresan la intolerancia y la falta de
libertad religiosa. Según un informe del Centro Pew, el 70% de los habitantes
del mundo viven en países con “altas restricciones” sobre el libre culto.
1Foreign Policy (Español)
Febrero - Marzo 2010