LA UNIVERSIDAD DE CHILE Y EL LOBBY
Cuando el Rector de la
Universidad de Chile Víctor Pérez habla de regular el lobby, como exigencia para el acuerdo sobre Educación Superior con el
gobierno, sabe muy bien lo que está hablando. Sabe perfectamente lo que se
puede conseguir por esta vía. Lo sabían muy bien sus antecesores y desde la
llegada de la democracia lo han practicado con singular eficacia Lavados,
Riveros y ahora él. Este tema en la actual discusión sobre la Reforma
Universitaria, anunciada por Sebastián Pinera en el discurso del 21 de Mayo y anticipado por Lavín el año pasado, es ajeno a la mayor
parte de las casas de estudios que participan en el Consejo de Rectores de
Universidades Chilenas, CRUCH. No lo conocen, no lo practican o no lo pueden
practicar y han terminado por aceptar esta
discusión poco efectiva, en las que el rector de la Universidad de Chile está
más bien prisionero de sus propias palabras, que comprometido con una causa
que conduzca a algún objetivo común.
En efecto, la discusión del lobby comenzó cuando el Rector hace presente este tema a su invitado, nada
menos que el Patrono de la Universidad, en la inauguración del Año Académico 2010.
Ahí se instala una discusión que sugiere que las
universidades privadas han llegado donde están, por lobby y tal vez, una que otra, por sus propios méritos. Las universidades
privadas han conseguido, primero la autonomía del Consejo Superior de
Educación y después buenos niveles (años) de acreditación en la CNA (Comisión
Nacional de Acreditación) gracias a este mecanismo. Han presionado al gobierno
para que disponga masivamente de créditos a la
masiva matrícula del sistema de educación terciaria (Crédito con Aval del
Estado, CAE), han abierto la asignación del programa MECESUP, más allá del
CRUCH, entre otros logros.
Pero el efecto más importante que han obtenido
con esta práctica es la relativización del concepto de universidad al no
observarse el cumplimiento del espíritu y letra de la ley, que establece qué
las universidades son instituciones sin fines de lucro. Dicho de otra manera,
notables ministros, subsecretarios y directores de educación superior (estos
últimos ahora, en su gran mayoría, en el universitario privado), habrían tenido
una escasa observancia de este fundamental precepto legal.
La síntesis sería entonces que las universidades privadas se
instalaron en la geografía universitaria chilena a punta de "lobby
y lucas" y ahora, autónomas y con miles de
estudiantes, se presentan ante la autoridad pública enrostrándole que disponen
de 2/3 de la matrícula y, que en la tarea de
hacer universidad, son más baratas que las instituciones públicas, que
requieren de otros apoyos del Estado, de difícil evaluación y siempre
insuficientes. Ser el 66% de la
matrícula obliga a la política pública a considerarlas permanentemente; aunque
sea ahora como convidadas de piedra.
La pregunta obvia que salta a la vista
entonces, es cómo en 20 años de
Concertación se permitió eso. ¿Por qué la Universidad de Chile o el CRUCH no lo
denunció antes?
La respuesta es compleja, por cuanto tiene varias
explicaciones: la primera de ella apunta a que algunas universidades privadas
tuvieron la visión de contratar en los 8o, en plena dictadura, a muchos
prohombres que después formaron parte de los equipos de gobierno;
"peguitas" con las que muchos pudieron "estirar las
piernas" y en otros casos "pararon la olla". Llegados al
gobierno, les estaban agradecidos y en su momento les demostraron simpatía y
aprecio. Para otros, no pocos, la posibilidad de debutar en la "socialite"
no era un acto deleznable, muy por el contrario,
el poder necesita de cierto "glamour" y si por cuna no podían acceder, la invitación a eventos profusamente
difundidos posteriormente en páginas sociales le bastaba a sus objetivos. Se
pagaban con ello, dándose la paradoja que muchos congresistas y altos
directivos públicos preferían esos eventos fotográficos, que las aburridas
aperturas de año académico de las universidades del CRUCH. Algunas
universidades privadas fueron más lejos, inventaron premios, becas Primera
Dama, organizaron Seminarios Internacionales en los que a las autoridades
públicas les permitían codearse con lo mejor del mundo. Más burdo aún era su
incorporación a las giras presidenciales en las que participaban como parte del
estamento "empresarial" por si acaso a algunos ahora se les olvida.
En todo caso los personeros universitarios más que de viaje, estaban de lobby.
Pero es tal vez la razón que más pesa en la
explicación, apunta a establecer que las universidades privadas fueron hechas,
principalmente gracias al subsidio del Estado, expresado en el importante
número de profesores, principalmente de universidades del CRUCH de Santiago y
en menor medida de regiones, que "pituteaban" en las entonces
universidades en "construcción". El pretexto del mal sueldo, impidió
a estas universidades cruzarse en este propósito. Tenían que condescender. El
lema: "el sueldo nada engendra, sólo el pituto es fecundo" era la
máxima de muchos, tanto así, que hoy día se ha elevado a la categoría de valor
nacional. Algunos de estos profesores usaban dos chaquetas; dejaban una
colgada en la silla de trabajo, "por si las moscas", y salían a sus
quehaceres en otros "templos del saber". "Me han pedido que
apoye", "estoy asesorando", "estoy haciendo una
consultoría". ¿Quién podía oponerse a estos eufemismos que apuntan a la
esencia misma de la vanidad universitaria?. Se sentían considerados y más
encima les pagaban. Sobre esta viga maestra se
sustentó el desarrollo privado y cualquier Rector que quiera contradecirlo
mentiría públicamente. Las universidades del CRUCH criaron el monstruo que hoy
las está matando, el conocido fenómeno Frankenstein y que hoy día se pretende controlar.
No fue el lobby, entonces Rector Pérez, lo que le dio vida al sistema privado, tal vez
haya algo de eso. Las causas hay que buscarlas en aquellos académicos que hoy
firman declaraciones públicas y entregan cartas a las autoridades y que ayer no
tenían contemplaciones en dedicarles algunas "horitas" a las
incipientes universidades. Quizás no sean los mismos, pero alguna vez fueron
colegas.
El sistema universitario por cierto que es sensible al lobby,
pero a uno distinto. A uno que se disfraza de la
complejidad, de la excelencia, de la experticia con la que se han construido
los mayores de los instrumentos de promoción científica, que en esencia limitan
en académicos de las dos principales universidades del país. Ellos asignan y
reciben los beneficios de la "política" que ayudaron a definir y de
la cual, con méritos por cierto, hoy reciben sus beneficios. Proyectos de
investigación que exceden sus capacidades físicas y humanas de satisfacerlos.
Nadie contabiliza en el sistema las horas de trabajo comprometidas por cada
científico y las suma de los distintos instrumentos que reciben asignados. El
fuerte lobby que ejercen estos hombres de ciencia por
mantener la administración de un paradigma es algo que cuesta mucho romper y
eso es un secreto a voces en los pasillos de todos los claustros universitarios.
Lobby es también la forma del cómo la Universidad
de Chile se consiguió el aporte basal "para
actividades de interés nacional". El monto cercano a los $10.000
millones anuales asignados vía presupuesto de la
nación deja estupefactas a las 24 universidades
restantes del CRUCH que deben competir anualmente por un monto similar
asignados a través de concursos MECESUP (Mejoramiento de la Calidad de la
Educación Superior), al cual también la Universidad de Chile puede concursar.
Curiosamente este es el único aporte basal que se asigna en el sistema, recibiéndolo la Universidad que más los
reclama.
Lobby es también la
forma de cómo se consiguió el significativo aporte al programa de
fortalecimiento de las Ciencias Sociales que la Presidente Bachelet concediera
a la Universidad de Chile y que posteriormente, ante la protesta del CRUCH,
fuera abierto a otras universidades; la diferencia es que para la Chile ya se ha pagado y para las otras universidades aún está en
"veremos". Gracias al lobby ejercido
la Universidad transformó, con particular celeridad sus estatutos que databan
de la dictadura en tanto que a las otras universidades públicas fueron
instadas a proponer un estatuto marco que sirviera como esquema general, al
que nunca se le ha prestado mayor atención para su tramitación. Lobby
se ejerce también cuando se invita a
parlamentarios o a ministros de Estado ex -alumnos a conversar a su alma meter.
Lobby son las llamadas telefónicas, las distinciones
interesadas e incluso algunas contrataciones simbólicas y tantos otros gestos
del arsenal académico.
Habría tanto que relatar del cómo se teje
la madeja del lobby, que en cada
esfera de la sociedad tiene sus particularidades. La ley que ahora el gobierno
se ha comprometido a proponer debe en lo posible atender a las particularidades
de los sistemas sectores de la sociedad; lo cierto es que quienes desean
mantener posiciones de poder o quienes pretenden llegarlo a ejercer, lo
utilizarán sin restricciones paira obtener beneficios que vulneran el interés
general. Una posición que ante la falta de legislación se entiende como
legítima y que es abiertamente discutible. Debe tenerse presente eso sí, que
parlamentarios de las más diversas tendencias tienen lazos de simpatía e
incluso pertenencia con distintas universidades públicas y privadas. Los
resultados de la discusión parlamentaria a este respecto pueden arrojar insospechables
posiciones. Veremos entonces en los próximos meses cómo el lobby
se regulará a sí mismo, qué espacios dejará
abiertos para seguir operando y cuan relevantes serán los que cerrará.
Documento original: The Clinic (Jueves 14 de
Julio 2011)
¡Bienvenidos a la neomodernidad!
La posmodernidad ha muerto. Con la crisis termina el culto al caos, el individualismo y lo identitario. Vuelve el Estado, el mejor gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, así como de la igualdad y la protección social
FERNANDO VALLESPÍN EL PAÍS - Opinión - 23-11-2008
Toda crisis, y ésta parece ser de las más profundas, introduce una importante cesura en el tiempo histórico. Nunca es un corte drástico, desde luego, siempre hay elementos de lo viejo que siguen perviviendo en lo nuevo. Pero sí sirven al menos para hablar de un antes y un después. Y creo que esto es lo que va a ocurrir con esta nueva crisis. La gran cuestión es si somos capaces de anticipar los rasgos básicos de la sociedad que viene, si podemos saber en qué se diferenciará de lo ya conocido. Tengo para mí que la sociedad del futuro inmediato abandonará algunos de los rasgos más conspicuos de eso que hemos venido calificando como posmodernidad para volver a muchos de los de la anterior fase moderna sin que ello signifique un pleno retorno a ella. Será una novedosa y curiosa síntesis de presupuestos modernos bajo las condiciones objetivas de una sociedad global y mucho más compleja, una neomodernidad. Especulemos.
El rasgo más marcado del cambio, ya lo estamos viendo, es el renovado protagonismo de la economía. Frente a la prioridad que en la anterior fase posmoderna acabó teniendo lo cultural -en un sentido lato-, se alza ahora lo económico como el factor central de la actividad humana. Por el momento, habrá que arrinconar tesis como la de Huntington, que creía ver en lo identitario-cultural la esencia del conflicto contemporáneo.Tanto en la dimensión política global como en la interna, los conflictos en torno a la distribución de los recursos pasarán al centro del interés y se postergarán los identitarios. La redistribución, la lucha contra la desigualdad, volverá a dominar el debate político después de haber sido durante décadas la gran cuestión olvidada. Regresarán los clásicos conflictos sociales con raíz de clase y es previsible imaginar una reverdecida presión para alcanzar una mayor equidad fiscal. ¿Cómo justificar ahora, por ejemplo, ante la nueva menesterosidad, el escapismo fiscal de que han venido disfrutando los más privilegiados? No deja de ser irónico que la elección de Obama, que representa un hito en las "luchas por el reconocimiento" posmodernas -de minorías étnicas en este caso-, acabe por significar la afirmación de políticas de igualdad frente a las de la "diferencia".
Valores como solidaridad, igualdad, autoridad, esfuerzo, responsabilidad, cotizarán al alza. Los clásicos valores densos de nuestra herencia moderna postergarán a los más ligeros -líquidos, en la jerga de Bauman- del "todo vale", la gratificación inmediata, el hiperconsumo, la autorrealización individual. No saldremos de eso que los sociólogos califican como "individualización", pero habrá una tendencia a moderar el individualismo y el privatismo radicalizado en aras de un mayor compromiso con los objetivos sociales generales. Todo ello en nombre del gran valor de la modernidad: el orden. Lo ambivalente, ambiguo, relativo, esos rasgos esenciales del pluralismo posmoderno, serán mirados con sospecha. Orden y seguridad, asociados a bien común y solidaridad, tienen garantizada buena prensa en momentos en los que acucia la necesidad y el miedo. El gran gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, pero también de la protección social más general, ha sido siempre el Estado, el héroe de la modernidad clásica. Parece obvio que
volverá a gozar de una renovada legitimidad. Un Estado al que seguramente se le exigirá mucho más de lo que está en condiciones de dar. Pero será el gran protagonista de los tiempos venideros.
A la vista del actual agotamiento de los procesos de integración regional y de la afirmación de los nuevos Estados emergentes, la política de la nueva sociedad global se sujetará más a la clásica pauta de la colaboración "inter-nacional" que a la gobernanza "transnacional" propiamente dicha. "Gobernanza entre Estados" y geopolítica clásica. Es un craso error en momentos en los que mandan las interdependencias y la solución de problemas pasa por poner en común importantes dimensiones de la soberanía (sovereignty pooling).
Ad intra el Estado garantizará también medidas que calmen la ansiedad ante la inmigración, más fronteras, mayores garantías de los intereses nacionales, menor predisposición a tolerar los mecanismos de autoorganización social. Vuelta al big government y a las certidumbres locales, a la tentación de reafirmar el egoísmo de país, la razón de Estado, el paternalismo burocratizado. Parece una demanda difícil de resistir si es reclamada por los ciudadanos y dentro de una competencia entre Estados por ver quién es capaz de resolver mejor sus problemas por sí mismo. Aunque, no nos equivoquemos, si emprendemos esta senda entraremos en una importante crisis de gobernabilidad. Necesitamos nuevos instrumentos políticos para resolver los acuciantes problemas sociales heredados.
Tanto la vuelta a los nuevos / antiguos valores densos como el protagonismo estatal ofrecerán una nueva oportunidad a las políticas de izquierdas. Habrán recuperado, por decirlo así, las palancas sobre las que
se apoyaban para emprender reformas. Es hasta posible que los sindicatos recuperen una parte de su poder y prestigio perdido. Pero huérfanas de un claro sentido de la idea de progreso y en su énfasis por gestionar una política dirigida a evitar los grandes males -desempleo, pensiones, pérdida de competitividad- abandonarán gran parte de su dimensión utópica. Se tratará de izquierdas administradoras de la nueva escasez, un papel que ya hubieron de asumir en otros tiempos históricos. Sus programas los dictará más la conservación de lo ya alcanzado que lo que queda por conseguir; administrar las pérdidas más que anticipar las ganancias derivadas de emprender un nuevo camino.
Un liderazgo acertado podrá, en todo caso, aprovechar la ocasión para desprenderse de los modelos fracasados y reconducir el orden social hacia un nuevo contrato social, un pacto social-democrático de nuevo cuño que sea capaz de trasladar la parroquial política estatal hacia una más decidida política de colaboración sintonizada a las dos dimensiones ya imprescindibles: la esfera transnacional y la cooperación con la sociedad civil. La política del futuro deberá estar menos pendiente de la gestión directa que de la impulsión y galvanización de acuerdos, iniciativas, persuasión, movilización ciudadana. Y esto último parece absolutamente decisivo en unos momentos en los que el imprescindible retorno de la política sigue encontrando un inmenso escollo en la desconfianza que amplios sectores de la ciudadanía siguen sintiendo hacia lo político.
No es de excluir, sin embargo, una alternativa que recupere la esencia del ya conocido populismo de derechas, la tozuda vuelta al Estado de ley y orden alimentado por un nacionalismo revivido. Fronteras, xenofobia, reafirmación de las identidades nacionales. Sería la otra dimensión,
mucho más siniestra, del conservacionismo rampante. Es un discurso que encuentra el terreno abonado en situaciones de crisis, sobre todo si es capaz de engarzarse con éxito a los nuevos temores y consigue dar con una fórmula retórica capaz de catalizar el descontento general.
Con todo, el triunfo de Obama nos ha ubicado ante una ruta más positiva. Y nos ha dado las claves para recordar que, a pesar de todo, hay una inmensa fuente de poder social creativo que puede ser movilizado políticamente si encontramos las claves necesarias para hacerlo realidad. En democracia no hay poderes que estén cristalizados de una vez por todas. El poder es energía social que fluye y que siempre podemos ser capaces de canalizar hacia aquellos fines que merezcan ser emprendidos. Hoy no podemos eludir una orientación realista que, pragmáticamente, tome en consideración lo dado. Pero el nuevo pensamiento único de la rígida defensa de lo que existe no será capaz siquiera de satisfacer este objetivo si se aferra a las viejas certidumbres y a los antiguos instrumentos de acción política. Se echa en falta imaginación, liderazgo y un claro proyecto de futuro. Menos "conservacionismo" y más sentido del progreso.
Lo decisivo de esta vuelta a la modernidad que se atisba en el horizonte es el contenido de que vayamos a dotar a lo nuevo de la neomodernidad, la forma en la que seamos capaces de extraer las consecuencias oportunas de la experiencia histórica y la aprovechemos para innovar social y políticamente. Si se recupera la política el futuro estará siempre abierto.