"Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo que es 'sagrado' para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado."


La Sociedad del Espectáculo - Guy Debord (1967)


Política


LA UNIVERSIDAD DE CHILE Y EL LOBBY

Cuando el Rector de la Uni­versidad de Chile Víctor Pérez habla de regular el lo­bby, como exigencia para el acuerdo sobre Educación Su­perior con el gobierno, sabe muy bien lo que está hablando. Sabe perfectamente lo que se puede conseguir por esta vía. Lo sabían muy bien sus antecesores y desde la llegada de la democracia lo han practicado con singular eficacia Lavados, Riveros y ahora él. Este tema en la actual discusión sobre la Reforma Universita­ria, anunciada por Sebastián Pinera en el discurso del 21 de Mayo y anticipado por Lavín el año pasado, es ajeno a la mayor parte de las casas de estudios que participan en el Consejo de Rectores de Universidades Chilenas, CRUCH. No lo conocen, no lo practican o no lo pueden practicar y han terminado por aceptar esta discusión poco efectiva, en las que el rector de la Universidad de Chile está más bien prisionero de sus propias pala­bras, que comprometido con una causa que conduzca a algún objetivo común.

En efecto, la discusión del lobby co­menzó cuando el Rector hace presente este tema a su invitado, nada menos que el Patrono de la Universidad, en la inauguración del Año Académico 2010. Ahí se instala una discusión que sugiere que las universidades privadas han lle­gado donde están, por lobby y tal vez, una que otra, por sus propios méritos. Las universidades privadas han conse­guido, primero la autonomía del Con­sejo Superior de Educación y después buenos niveles (años) de acreditación en la CNA (Comisión Nacional de Acre­ditación) gracias a este mecanismo. Han presionado al gobierno para que disponga masivamente de créditos a la masiva matrícula del sistema de edu­cación terciaria (Crédito con Aval del Estado, CAE), han abierto la asignación del programa MECESUP, más allá del CRUCH, entre otros logros.

Pero el efecto más importante que han obtenido con esta práctica es la relativización del concepto de universidad al no observarse el cumplimiento del espíritu y letra de la ley, que establece qué las universidades son instituciones sin fines de lucro. Dicho de otra mane­ra, notables ministros, subsecretarios y directores de educación superior (estos últimos ahora, en su gran mayoría, en el universitario privado), habrían teni­do una escasa observancia de este fun­damental precepto legal.

La síntesis sería entonces que las uni­versidades privadas se instalaron en la geografía universitaria chilena a punta de "lobby y lucas" y ahora, autónomas y con miles de estudiantes, se presentan ante la autoridad pública enrostrándole que disponen de 2/3 de la matrícula y, que en la tarea de hacer universidad, son más baratas que las instituciones públi­cas, que requieren de otros apoyos del Estado, de difícil evaluación y siempre insuficientes. Ser el 66% de la matrícula obliga a la política pública a considerar­las permanentemente; aunque sea ahora como convidadas de piedra.

La pregunta obvia que salta a la vista entonces, es cómo en 20 años de Concertación se permitió eso. ¿Por qué la Universidad de Chile o el CRUCH no lo denunció antes?

La respuesta es compleja, por cuanto tiene varias explicaciones: la primera de ella apunta a que algunas universidades privadas tuvieron la visión de contratar en los 8o, en plena dictadura, a muchos prohombres que después formaron par­te de los equipos de gobierno; "peguitas" con las que muchos pudieron "estirar las piernas" y en otros casos "pararon la olla". Llegados al gobierno, les esta­ban agradecidos y en su momento les demostraron simpatía y aprecio. Para otros, no pocos, la posibilidad de debutar en la "socialite" no era un acto delezna­ble, muy por el contrario, el poder nece­sita de cierto "glamour" y si por cuna no podían acceder, la invitación a eventos profusamente difundidos posteriormen­te en páginas sociales le bastaba a sus objetivos. Se pagaban con ello, dándose la paradoja que muchos congresistas y altos directivos públicos preferían esos eventos fotográficos, que las abu­rridas aperturas de año académico de las universidades del CRUCH. Algunas universidades privadas fueron más le­jos, inventaron premios, becas Primera Dama, organizaron Seminarios Inter­nacionales en los que a las autoridades públicas les permitían codearse con lo mejor del mundo. Más burdo aún era su incorporación a las giras presidenciales en las que participaban como parte del estamento "empresarial" por si acaso a algunos ahora se les olvida. En todo caso los personeros universitarios más que de viaje, estaban de lobby.

Pero es tal vez la razón que más pesa en la explicación, apunta a establecer que las universidades privadas fueron he­chas, principalmente gracias al subsidio del Estado, expresado en el importante número de profesores, principalmente de universidades del CRUCH de Santia­go y en menor medida de regiones, que "pituteaban" en las entonces universi­dades en "construcción". El pretexto del mal sueldo, impidió a estas universida­des cruzarse en este propósito. Tenían que condescender. El lema: "el sueldo nada engendra, sólo el pituto es fecun­do" era la máxima de muchos, tanto así, que hoy día se ha elevado a la categoría de valor nacional. Algunos de estos pro­fesores usaban dos chaquetas; dejaban una colgada en la silla de trabajo, "por si las moscas", y salían a sus quehaceres en otros "templos del saber". "Me han pedi­do que apoye", "estoy asesorando", "estoy haciendo una consultoría". ¿Quién podía oponerse a estos eufemismos que apun­tan a la esencia misma de la vanidad universitaria?. Se sentían considerados y más encima les pagaban. Sobre esta viga maestra se sustentó el desarrollo privado y cualquier Rector que quiera contradecirlo mentiría públicamente. Las universidades del CRUCH criaron el monstruo que hoy las está matando, el conocido fenómeno Frankenstein y que hoy día se pretende controlar.

No fue el lobby, entonces Rector Pé­rez, lo que le dio vida al sistema privado, tal vez haya algo de eso. Las causas hay que buscarlas en aquellos académicos que hoy firman declaraciones públicas y entregan cartas a las autoridades y que ayer no tenían contemplaciones en dedi­carles algunas "horitas" a las incipientes universidades. Quizás no sean los mis­mos, pero alguna vez fueron colegas.

El sistema universitario por cierto que es sensible al lobby, pero a uno distinto. A uno que se disfraza de la complejidad, de la excelencia, de la experticia con la que se han construido los mayores de los instrumentos de promoción científica, que en esencia limitan en académicos de las dos principales universidades del país. Ellos asignan y reciben los benefi­cios de la "política" que ayudaron a de­finir y de la cual, con méritos por cierto, hoy reciben sus beneficios. Proyectos de investigación que exceden sus capacida­des físicas y humanas de satisfacerlos. Nadie contabiliza en el sistema las horas de trabajo comprometidas por cada cien­tífico y las suma de los distintos instru­mentos que reciben asignados. El fuer­te lobby que ejercen estos hombres de ciencia por mantener la administración de un paradigma es algo que cuesta mu­cho romper y eso es un secreto a voces en los pasillos de todos los claustros uni­versitarios. Lobby es también la forma del cómo la Universidad de Chile se con­siguió el aporte basal "para actividades de interés nacional". El monto cercano a los $10.000 millones anuales asignados vía presupuesto de la nación deja estu­pefactas a las 24 universidades restantes del CRUCH que deben competir anual­mente por un monto similar asignados a través de concursos MECESUP (Mejora­miento de la Calidad de la Educación Su­perior), al cual también la Universidad de Chile puede concursar. Curiosamente este es el único aporte basal que se asig­na en el sistema, recibiéndolo la Univer­sidad que más los reclama.

Lobby es también la forma de cómo se consiguió el significativo aporte al pro­grama de fortalecimiento de las Cien­cias Sociales que la Presidente Bachelet concediera a la Universidad de Chile y que posteriormente, ante la protesta del CRUCH, fuera abierto a otras universi­dades; la diferencia es que para la Chile ya se ha pagado y para las otras univer­sidades aún está en "veremos". Gracias al lobby ejercido la Universidad transformó, con particular celeridad sus estatutos que databan de la dictadura en tanto que a las otras universidades públi­cas fueron instadas a proponer un esta­tuto marco que sirviera como esquema general, al que nunca se le ha prestado mayor atención para su tramitación. Lo­bby se ejerce también cuando se invita a parlamentarios o a ministros de Estado ex -alumnos a conversar a su alma me­ter. Lobby son las llamadas telefónicas, las distinciones interesadas e incluso algunas contrataciones simbólicas y tan­tos otros gestos del arsenal académico.

Habría tanto que relatar del cómo se teje la madeja del lobby, que en cada esfera de la sociedad tiene sus particu­laridades. La ley que ahora el gobierno se ha comprometido a proponer debe en lo posible atender a las particulari­dades de los sistemas sectores de la so­ciedad; lo cierto es que quienes desean mantener posiciones de poder o quienes pretenden llegarlo a ejercer, lo utilizarán sin restricciones paira obtener beneficios que vulneran el interés general. Una po­sición que ante la falta de legislación se entiende como legítima y que es abierta­mente discutible. Debe tenerse presente eso sí, que parlamentarios de las más diversas tendencias tienen lazos de sim­patía e incluso pertenencia con distintas universidades públicas y privadas. Los resultados de la discusión parlamentaria a este respecto pueden arrojar insospe­chables posiciones. Veremos entonces en los próximos meses cómo el lobby se regulará a sí mismo, qué espacios dejará abiertos para seguir operando y cuan re­levantes serán los que cerrará.

Documento original: The Clinic (Jueves 14 de Julio 2011)






¡Bienvenidos a la neomodernidad!
La posmodernidad ha muerto. Con la crisis termina el culto al caos, el individualismo y lo identitario. Vuelve el Estado, el mejor gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, así como de la igualdad y la protección social
FERNANDO VALLESPÍN EL PAÍS - Opinión - 23-11-2008
Toda crisis, y ésta parece ser de las más profundas, introduce una importante cesura en el tiempo histórico. Nunca es un corte drástico, desde luego, siempre hay elementos de lo viejo que siguen perviviendo en lo nuevo. Pero sí sirven al menos para hablar de un antes y un después. Y creo que esto es lo que va a ocurrir con esta nueva crisis. La gran cuestión es si somos capaces de anticipar los rasgos básicos de la sociedad que viene, si podemos saber en qué se diferenciará de lo ya conocido. Tengo para mí que la sociedad del futuro inmediato abandonará algunos de los rasgos más conspicuos de eso que hemos venido calificando como posmodernidad para volver a muchos de los de la anterior fase moderna sin que ello signifique un pleno retorno a ella. Será una novedosa y curiosa síntesis de presupuestos modernos bajo las condiciones objetivas de una sociedad global y mucho más compleja, una neomodernidad. Especulemos.
El rasgo más marcado del cambio, ya lo estamos viendo, es el renovado protagonismo de la economía. Frente a la prioridad que en la anterior fase posmoderna acabó teniendo lo cultural -en un sentido lato-, se alza ahora lo económico como el factor central de la actividad humana. Por el momento, habrá que arrinconar tesis como la de Huntington, que creía ver en lo identitario-cultural la esencia del conflicto contemporáneo.Tanto en la dimensión política global como en la interna, los conflictos en torno a la distribución de los recursos pasarán al centro del interés y se postergarán los identitarios. La redistribución, la lucha contra la desigualdad, volverá a dominar el debate político después de haber sido durante décadas la gran cuestión olvidada. Regresarán los clásicos conflictos sociales con raíz de clase y es previsible imaginar una reverdecida presión para alcanzar una mayor equidad fiscal. ¿Cómo justificar ahora, por ejemplo, ante la nueva menesterosidad, el escapismo fiscal de que han venido disfrutando los más privilegiados? No deja de ser irónico que la elección de Obama, que representa un hito en las "luchas por el reconocimiento" posmodernas -de minorías étnicas en este caso-, acabe por significar la afirmación de políticas de igualdad frente a las de la "diferencia".
Valores como solidaridad, igualdad, autoridad, esfuerzo, responsabilidad, cotizarán al alza. Los clásicos valores densos de nuestra herencia moderna postergarán a los más ligeros -líquidos, en la jerga de Bauman- del "todo vale", la gratificación inmediata, el hiperconsumo, la autorrealización individual. No saldremos de eso que los sociólogos califican como "individualización", pero habrá una tendencia a moderar el individualismo y el privatismo radicalizado en aras de un mayor compromiso con los objetivos sociales generales. Todo ello en nombre del gran valor de la modernidad: el orden. Lo ambivalente, ambiguo, relativo, esos rasgos esenciales del pluralismo posmoderno, serán mirados con sospecha. Orden y seguridad, asociados a bien común y solidaridad, tienen garantizada buena prensa en momentos en los que acucia la necesidad y el miedo. El gran gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, pero también de la protección social más general, ha sido siempre el Estado, el héroe de la modernidad clásica. Parece obvio que
volverá a gozar de una renovada legitimidad. Un Estado al que seguramente se le exigirá mucho más de lo que está en condiciones de dar. Pero será el gran protagonista de los tiempos venideros.
A la vista del actual agotamiento de los procesos de integración regional y de la afirmación de los nuevos Estados emergentes, la política de la nueva sociedad global se sujetará más a la clásica pauta de la colaboración "inter-nacional" que a la gobernanza "transnacional" propiamente dicha. "Gobernanza entre Estados" y geopolítica clásica. Es un craso error en momentos en los que mandan las interdependencias y la solución de problemas pasa por poner en común importantes dimensiones de la soberanía (sovereignty pooling).
Ad intra el Estado garantizará también medidas que calmen la ansiedad ante la inmigración, más fronteras, mayores garantías de los intereses nacionales, menor predisposición a tolerar los mecanismos de autoorganización social. Vuelta al big government y a las certidumbres locales, a la tentación de reafirmar el egoísmo de país, la razón de Estado, el paternalismo burocratizado. Parece una demanda difícil de resistir si es reclamada por los ciudadanos y dentro de una competencia entre Estados por ver quién es capaz de resolver mejor sus problemas por sí mismo. Aunque, no nos equivoquemos, si emprendemos esta senda entraremos en una importante crisis de gobernabilidad. Necesitamos nuevos instrumentos políticos para resolver los acuciantes problemas sociales heredados.
Tanto la vuelta a los nuevos / antiguos valores densos como el protagonismo estatal ofrecerán una nueva oportunidad a las políticas de izquierdas. Habrán recuperado, por decirlo así, las palancas sobre las que
se apoyaban para emprender reformas. Es hasta posible que los sindicatos recuperen una parte de su poder y prestigio perdido. Pero huérfanas de un claro sentido de la idea de progreso y en su énfasis por gestionar una política dirigida a evitar los grandes males -desempleo, pensiones, pérdida de competitividad- abandonarán gran parte de su dimensión utópica. Se tratará de izquierdas administradoras de la nueva escasez, un papel que ya hubieron de asumir en otros tiempos históricos. Sus programas los dictará más la conservación de lo ya alcanzado que lo que queda por conseguir; administrar las pérdidas más que anticipar las ganancias derivadas de emprender un nuevo camino.
Un liderazgo acertado podrá, en todo caso, aprovechar la ocasión para desprenderse de los modelos fracasados y reconducir el orden social hacia un nuevo contrato social, un pacto social-democrático de nuevo cuño que sea capaz de trasladar la parroquial política estatal hacia una más decidida política de colaboración sintonizada a las dos dimensiones ya imprescindibles: la esfera transnacional y la cooperación con la sociedad civil. La política del futuro deberá estar menos pendiente de la gestión directa que de la impulsión y galvanización de acuerdos, iniciativas, persuasión, movilización ciudadana. Y esto último parece absolutamente decisivo en unos momentos en los que el imprescindible retorno de la política sigue encontrando un inmenso escollo en la desconfianza que amplios sectores de la ciudadanía siguen sintiendo hacia lo político.
No es de excluir, sin embargo, una alternativa que recupere la esencia del ya conocido populismo de derechas, la tozuda vuelta al Estado de ley y orden alimentado por un nacionalismo revivido. Fronteras, xenofobia, reafirmación de las identidades nacionales. Sería la otra dimensión,
mucho más siniestra, del conservacionismo rampante. Es un discurso que encuentra el terreno abonado en situaciones de crisis, sobre todo si es capaz de engarzarse con éxito a los nuevos temores y consigue dar con una fórmula retórica capaz de catalizar el descontento general.
Con todo, el triunfo de Obama nos ha ubicado ante una ruta más positiva. Y nos ha dado las claves para recordar que, a pesar de todo, hay una inmensa fuente de poder social creativo que puede ser movilizado políticamente si encontramos las claves necesarias para hacerlo realidad. En democracia no hay poderes que estén cristalizados de una vez por todas. El poder es energía social que fluye y que siempre podemos ser capaces de canalizar hacia aquellos fines que merezcan ser emprendidos. Hoy no podemos eludir una orientación realista que, pragmáticamente, tome en consideración lo dado. Pero el nuevo pensamiento único de la rígida defensa de lo que existe no será capaz siquiera de satisfacer este objetivo si se aferra a las viejas certidumbres y a los antiguos instrumentos de acción política. Se echa en falta imaginación, liderazgo y un claro proyecto de futuro. Menos "conservacionismo" y más sentido del progreso.
Lo decisivo de esta vuelta a la modernidad que se atisba en el horizonte es el contenido de que vayamos a dotar a lo nuevo de la neomodernidad, la forma en la que seamos capaces de extraer las consecuencias oportunas de la experiencia histórica y la aprovechemos para innovar social y políticamente. Si se recupera la política el futuro estará siempre abierto.